"EL
CABALLERO DE LA ARMADURA OXIDADA" - cap. 7 - Robert Fisher
“Centímetro a centímetro, palmo a palmo, el
caballero escaló, con los dedos ensangrentados por tener que aferrarse a las
afiladas rocas. Cuando ya casi había llegado a la cima, se encontró con un
canto rodado que bloqueaba el camino. .. había una inscripción sobre él:
“Aunque este Universo poseo, nada poseo,
pues no puedo conocer lo desconocido
si me aferro a lo conocido”.
El caballero se sentía demasiado exhausto para superar el último obstáculo. Parecía imposible descifrar la inscripción y estar colgado de la pared de la montaña al mismo tiempo, pero sabía que debía intentarlo.
Ardilla y Rebeca se sintieron
tentadas de ayudarle, pero se contuvieron, pues sabían que a veces la ayuda
puede debilitar a un ser humano.
El caballero inspiró
profundamente, lo que le aclaró un poco la mente. Leyó la última parte de la
inscripción en voz alta: “Pues no puedo conocer lo desconocido si me aferro a
lo conocido”.
El caballero reflexionó sobre algunas de las cosas “conocidas” a las que se había aferrado toda su vida. Estaba su identidad – quién creía que era y no era -. Estaban sus creencias – aquello que él pensaba que era verdad y lo que consideraba falso -. Y estaban sus juicios – las cosas que tenía por buenas y aquellas que consideraba malas -.
El caballero observó la roca y un
pensamiento terrible cruzó por su mente: también conocía la roca a la cual se
aferraba para seguir con su vida. ¿Quería decir la inscripción que debía
soltarse y dejarse caer al abismo de lo desconocido?
- Lo has entendido, caballero – dijo Sam -. tienes que soltarte -.
- ¿Qué intentas hacer, matarnos a
los dos? – gritó el caballero -.
- De hecho, ya estamos muriendo
ahora mismo – dijo Sam -. Mírate. Estás tan delgado que podrías deslizarte por
debajo de una puerta, y estás lleno de estrés y miedo -.
- No estoy tan asustado como
antes – dijo el caballero.
- En ese caso, déjate ir y confía
– dijo Sam.
- ¿Que confíe en quién? – replicó
el caballero enfadado. Estaba harto de la filosofía de Sam -.
- No es quién – respondió Sam -.
¡No es quién sino en qué! -.
- ¿En qué? – preguntó el
caballero.
- Sí – dijo Sam -. La vida, la
fuerza, el universo, Dios, como quieras llamarlo -.
El caballero miró por encima de
su hombro y vió el abismo aparentemente infinito que había debajo de él.
- Déjate ir – le susurró Sam con
urgencia.
El caballero no parecía tener
alternativa. Perdía fuerza con cada segundo que pasaba y la sangre brotaba por
sus dedos allí donde se aferraba a la roca. Pensando que moriría, se dejó ir y
se precipitó al abismo, a la profundidad infinita de sus recuerdos.
Recordó todas las cosas de su
vida de las que había culpado a su madre, a su padre, a sus profesores, a su
mujer, a su hijo, a sus amigos y a todos los demás. A medida que caía en el
vacío, fue desprendiéndose de todos los juicios que había hecho contra
ellos.
Fue cayendo cada vez más rápidamente, vertiginosamente, mientras su mente descendía hacia su corazón. Luego, por primera vez en su vida, contempló su vida con claridad, sin juzgar y sin acusarse. En ese instante, aceptó toda responsabilidad por su vida, por la influencia que la gente tenía sobre ella, y por los acontecimientos que le habían dado forma.
A partir de ese momento, fuera de sí mismo, nunca más culparía a nada ni a nadie de todos los errores y desgracias. El reconocimiento de que él era la causa, no el efecto, le dio una nueva sensación de poder. Ya no tenía miedo.
Le sobrevino una desconocida
sensación de calma y algo muy extraño le sucedió:
¡Empezó a caer hacia arriba! ¡Sí!, parecía imposible, pero caía hacia arriba, surgiendo del abismo! Al mismo tiempo, se seguía sintiendo conectado con lo más profundo de él, con el centro de la Tierra. Continuó cayendo hacia arriba, sabiendo que estaba unido al cielo y a la Tierra.
¡Empezó a caer hacia arriba! ¡Sí!, parecía imposible, pero caía hacia arriba, surgiendo del abismo! Al mismo tiempo, se seguía sintiendo conectado con lo más profundo de él, con el centro de la Tierra. Continuó cayendo hacia arriba, sabiendo que estaba unido al cielo y a la Tierra.
Repentinamente, dejó de caer y se encontró de pie en la cima de la montaña y comprendió el significado de la inscripción de la roca. Había soltado todo aquello que había temido y todo aquello que había sabido y poseído. Su Voluntad de abarcar lo desconocido lo había liberado. Ahora el universo era suyo, para ser experimentado y disfrutado.
El caballero permaneció en la
cima, respirando profundamente y le sobrevino una sobrecogedora sensación de
bienestar. Se sintió mareado por el encantamiento de ver, oír y sentir el
universo que lo rodeaba. Antes, el temor a lo desconocido había entumecido sus
sentidos, pero ahora podía experimentar todo con una claridad sorprendente. La
calidez del sol del atardecer, la melodía de la breve brisa de la montaña y la
belleza de las formas y los colores de la naturaleza que pintaban el paisaje,
causaron un placer indescriptible al caballero. Su corazón rebosaba de amor:
por sí mismo, por Julieta y Cristóbal, por Merlín, por Ardilla y por Rebeca,
por la vida y por todo el maravilloso mundo.
Rebeca y Ardilla observaron al
caballero ponerse de rodillas con lágrimas de gratitud surgiendo de sus
ojos.
- “Casi muero por todas las
lágrimas que derramé”, pensó. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, por su
barba y por su pelo. Como provenían de su corazón, estaban extraordinariamente
calientes, de manera que no tardaron en derretir lo que quedaba de su armadura -.
El caballero lloraba de alegría. No volvería a ponerse la armadura y cabalgar en todas direcciones nunca más. Nunca más vería la gente el brillo reflejo del acero, pensando que el sol estaba saliendo por el Norte o poniéndose por el Este.
El caballero lloraba de alegría. No volvería a ponerse la armadura y cabalgar en todas direcciones nunca más. Nunca más vería la gente el brillo reflejo del acero, pensando que el sol estaba saliendo por el Norte o poniéndose por el Este.
Sonrió a través de sus lágrimas,
ajeno a que una nueva y radiante luz irradiaba de él; una luz mucho más
brillante y hermosa que la de su armadura, una luz destellante como un arroyo,
resplandeciente como la luna, deslumbrante como el sol.
Porque ahora el caballero era el
arroyo. Era la luna. Era el sol. Podía ser todas estas cosas a la vez y más.
Porque era Uno con el universo.
Era Amor. “
"El Caballero de la Armadura Oxidada "cap. 7, de Robert Fisher"