viernes, 21 de diciembre de 2018


"EL CABALLERO DE LA ARMADURA OXIDADA" - cap. 7 - Robert Fisher

“Centímetro a centímetro, palmo a palmo, el caballero escaló, con los dedos ensangrentados por tener que aferrarse a las afiladas rocas. Cuando ya casi había llegado a la cima, se encontró con un canto rodado que bloqueaba el camino. .. había una inscripción sobre él: 

“Aunque este Universo poseo, nada poseo,
pues no puedo conocer lo desconocido
si me aferro a lo conocido”.


El caballero se sentía demasiado exhausto para superar el último obstáculo. Parecía imposible descifrar la inscripción y estar colgado de la pared de la montaña al mismo tiempo, pero sabía que debía intentarlo. 

Ardilla y Rebeca se sintieron tentadas de ayudarle, pero se contuvieron, pues sabían que a veces la ayuda puede debilitar a un ser humano. 

El caballero inspiró profundamente, lo que le aclaró un poco la mente. Leyó la última parte de la inscripción en voz alta: “Pues no puedo conocer lo desconocido si me aferro a lo conocido”. 

El caballero reflexionó sobre algunas de las cosas “conocidas” a las que se había aferrado toda su vida. Estaba su identidad – quién creía que era y no era -. Estaban sus creencias – aquello que él pensaba que era verdad y lo que consideraba falso -. Y estaban sus juicios – las cosas que tenía por buenas y aquellas que consideraba malas -. 

El caballero observó la roca y un pensamiento terrible cruzó por su mente: también conocía la roca a la cual se aferraba para seguir con su vida. ¿Quería decir la inscripción que debía soltarse y dejarse caer al abismo de lo desconocido? 

- Lo has entendido, caballero – dijo Sam -. tienes que soltarte -.

- ¿Qué intentas hacer, matarnos a los dos? – gritó el caballero -. 

- De hecho, ya estamos muriendo ahora mismo – dijo Sam -. Mírate. Estás tan delgado que podrías deslizarte por debajo de una puerta, y estás lleno de estrés y miedo -. 

- No estoy tan asustado como antes – dijo el caballero.

- En ese caso, déjate ir y confía – dijo Sam.

- ¿Que confíe en quién? – replicó el caballero enfadado. Estaba harto de la filosofía de Sam -. 

- No es quién – respondió Sam -. ¡No es quién sino en qué! -. 

- ¿En qué? – preguntó el caballero.

- Sí – dijo Sam -. La vida, la fuerza, el universo, Dios, como quieras llamarlo -. 

El caballero miró por encima de su hombro y vió el abismo aparentemente infinito que había debajo de él. 

- Déjate ir – le susurró Sam con urgencia.

El caballero no parecía tener alternativa. Perdía fuerza con cada segundo que pasaba y la sangre brotaba por sus dedos allí donde se aferraba a la roca. Pensando que moriría, se dejó ir y se precipitó al abismo, a la profundidad infinita de sus recuerdos. 

Recordó todas las cosas de su vida de las que había culpado a su madre, a su padre, a sus profesores, a su mujer, a su hijo, a sus amigos y a todos los demás. A medida que caía en el vacío, fue desprendiéndose de todos los juicios que había hecho contra ellos. 

Fue cayendo cada vez más rápidamente, vertiginosamente, mientras su mente descendía hacia su corazón. Luego, por primera vez en su vida, contempló su vida con claridad, sin juzgar y sin acusarse. En ese instante, aceptó toda responsabilidad por su vida, por la influencia que la gente tenía sobre ella, y por los acontecimientos que le habían dado forma.

A partir de ese momento, fuera de sí mismo, nunca más culparía a nada ni a nadie de todos los errores y desgracias. El reconocimiento de que él era la causa, no el efecto, le dio una nueva sensación de poder. Ya no tenía miedo. 

Le sobrevino una desconocida sensación de calma y algo muy extraño le sucedió:
¡Empezó a caer hacia arriba! ¡Sí!, parecía imposible, pero caía hacia arriba, surgiendo del abismo! Al mismo tiempo, se seguía sintiendo conectado con lo más profundo de él, con el centro de la Tierra. Continuó cayendo hacia arriba, sabiendo que estaba unido al cielo y a la Tierra. 

Repentinamente, dejó de caer y se encontró de pie en la cima de la montaña y comprendió el significado de la inscripción de la roca. Había soltado todo aquello que había temido y todo aquello que había sabido y poseído. Su Voluntad de abarcar lo desconocido lo había liberado. Ahora el universo era suyo, para ser experimentado y disfrutado. 

El caballero permaneció en la cima, respirando profundamente y le sobrevino una sobrecogedora sensación de bienestar. Se sintió mareado por el encantamiento de ver, oír y sentir el universo que lo rodeaba. Antes, el temor a lo desconocido había entumecido sus sentidos, pero ahora podía experimentar todo con una claridad sorprendente. La calidez del sol del atardecer, la melodía de la breve brisa de la montaña y la belleza de las formas y los colores de la naturaleza que pintaban el paisaje, causaron un placer indescriptible al caballero. Su corazón rebosaba de amor: por sí mismo, por Julieta y Cristóbal, por Merlín, por Ardilla y por Rebeca, por la vida y por todo el maravilloso mundo. 

Rebeca y Ardilla observaron al caballero ponerse de rodillas con lágrimas de gratitud surgiendo de sus ojos. 

- “Casi muero por todas las lágrimas que derramé”, pensó. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, por su barba y por su pelo. Como provenían de su corazón, estaban extraordinariamente calientes, de manera que no tardaron en derretir lo que quedaba de su armadura -.

El caballero lloraba de alegría. No volvería a ponerse la armadura y cabalgar en todas direcciones nunca más. Nunca más vería la gente el brillo reflejo del acero, pensando que el sol estaba saliendo por el Norte o poniéndose por el Este. 

Sonrió a través de sus lágrimas, ajeno a que una nueva y radiante luz irradiaba de él; una luz mucho más brillante y hermosa que la de su armadura, una luz destellante como un arroyo, resplandeciente como la luna, deslumbrante como el sol. 

Porque ahora el caballero era el arroyo. Era la luna. Era el sol. Podía ser todas estas cosas a la vez y más. Porque era Uno con el universo. 
Era Amor. “


"El Caballero de la Armadura Oxidada "cap. 7, de Robert Fisher"




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